Escrito por Vignart Edson Cabrera
Solaligue
Vamos camino hacia el pasado, otorgando
caricias a los reflejos dorados de la tarde. Junto al parque de sauces llorones
está la estancia pretérita donde se
muestran, como en un álbum familiar, fotos de un verano que fue y no será; una
primavera holgada y serena; un otoño de vientos juguetones; un invierno de
resonancias fúnebres; semblantes eternizados bajo el mismo sol, sobre el mismo
suelo que a hora arde.
La cámara de los hermanos Vargas, semeja
un acordeón gigante, impertérrito a través del tiempo. Su magnificencia me
traslada a otra época, Día de cometas
(1930), hombres con trajes grises contemplan el vuelo de aves extrañas
sujetadas por diferentes hilos, los encargados de ejecutar tales hazañas son
niños felices que corretean en blanco y
negro de un lado a otro.
Hermosas Damas manifiestan su poética
hermosura, quedo hipnotizado al contemplarlas, María Luisa Romero, Mujeres en el patio, Vírgenes del sol (1915 – 1916);
Belleza de mujeres, Srta. Florencia Rivera, María Aranguis, Sara de Ticuzzi
(1925); Isabel Sánchez Osorio, Rosalinda
Braide (1926). La fotografía de Sara de Ticuzzi es la que me deja prendido,
sentada en una silla luce un vestido
blanco, su mirada seductora de otro tiempo me transporta al ensueño.
Arequipa es retratada como un oasis, sus
calles, sus plazas, sus puentes guardan secretos mágicos. La exaltación de los
tres volcanes, resaltando el Misti cual impetuoso guardián de la ciudad,
desbordan la imaginación. Me siento como el personaje principal de Media noche en París invitado a la
aventura del baúl de los recuerdos. Una nostalgia no sé de dónde, ni sé por qué
surge en mi alma, tal vez por aquel tiempo no vivido que lo miro triste desde
aquí distante.
De todas las fotos, Velorio del niño Uhízar (1925), es la que me impresiona más. Esa forma
de retratar a la muerte, quizá los hermanos Vargas pretendían capturar la
belleza mortuoria, o quien sabe, la estación desconocida a través de los ojos
desorbitados del infante quien cubierto por pétalos de rosa, inmóvil e inerte,
resplandece fulgores inhóspitos.
Los sauces lloran al son de un Cortejo fúnebre (1918). Cerca al ocaso
dejamos la estancia pretérita, ese
habitáculo imperecedero con sus imágenes históricas. Una fina garúa lo
embellece todo, mientras a cuestas llevamos la noche, el silencio, la nada,
oyendo la sinfonía del viento fusionado con el interminable estentóreo de
bocinas. Arequipa (2012), otra forma
de expresar nuestra vivencia bajo el mismo cielo, sobre el mismo suelo que
antaño blandía su enérgica ventura.
Hermosa vista literaria en tributo a los inicios del siglo XX arequipeño...Felicitaciones Vignart Edson Cabrera Solaligue
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