jueves, 8 de agosto de 2013

Aviso: Necesito destruir una ventana


Para Emily si es posible.



Sí, ya sé, ya sé que tengo que contarles una historia. Bien, en ese caso tenga usted en cuenta que no estoy en arreglos con el tiempo para hacerle perder unos minutos. Ahora siéntese si no está sentado y escuche.
Todas las mañanas me siento a la mesa y veo el tiempo en el pan. El hombre que lo hizo debe haber invertido tiempo en amasar la harina y su ayudante invirtió otro tanto en calentar el horno y en promedio, para la realización de unos cien panes, se necesitó, digamos, unos treinta minutos.  Entonces, aceptemos la verdad, no solo nos estamos comiendo harina, levadura, agua, mantequilla, sal, azúcar, sino también estamos devorando tiempo. El tiempo de un pobre panadero.
Después de haber comido el tiempo del pan, me acerco a la ventana que da a la casa de mi vecina y la veo dar de comer a su perro de tres años, a las gallinas desplumadas de un año y medio, a los patos de cierta relatividad con la edad del perro; conejos de tres meses, al gato, que, por sus siete vidas, se hace imprecisable su edad pero que aproximaré con la sospecha de cinco años; y por último a los pericos y gansos, seres plumíferos que por el cambiar de sus plumaje se puede acertar cada uno de sus cumpleaños (mi vecina suele recordarlos).
 Sigamos este breve repaso (posible por la transparencia de esta ventana): la sonrisa, a mi vecina, le dura dos minutos frente al perro y treinta segundos frente a losanimales restantes –depende esto de su estado de ánimo. Esta demás decir que si pierdo el tiempo de esta forma es en pos de conocer como pierden el tiempo los demás. Aunque la tarea de alimentar a los animales sea con un fin comestible, y con esto no quiero decir que se vayan a comer al perro o al gato –menos aun a los pericos–, sino que no siempre el tiempo invertido es injustificado. Sin embargo, en el caso de mi vecina, sí lo es. Se demora bastante con los animales, y para empeorar las cosas, se pone a jugar con el perro.Le da aproximadamente diez minutos de paciencia, dos de rechazo, cinco de patadas cuando intenta morder al señor que pasa en motocicleta, etc. Pero allí no termina la cosa. Antes de irse a trabajar se demora en bañarse veinte minutos; cuando se está secando el cabello de pronto se queda muy quieta porque ha escuchado por la radio, algo que le interesa y no sigue secando el cabello y no aprovecha el tiempo. Cuando vuelve en sí, por la puerta de su habitación, la veo cambiarse­–también la he visto desnuda, pero ese estado no es placenteramente duradero, después considero cada una de las piezas de la ropa que se pone, ya que detrás de cada una de ellas existe una historia y toda historia tiene su razón de ser en un tiempo determinado.
Cuando está totalmente cambiada se mira al espejo de perfil, se registra la cara para cerciorarse si alguna mancha puede perjudicar en algo su presencia. Luego amansa los pliegues de la blusa, los del jean y se vuelve a mirar desde los dos perfiles, de espaldas, y por fin busca el peine y acomete su cabello.
Verla es muy desesperante. Toma su cabello tramo por tramo y empieza a pasar delicadamente el peine. Una vez ha terminado un recorrido, se fija en los dientes de la peineta y empieza, al parecer, a contar todos los cabellos tristemente arrancados. Entonces se queda nuevamente quieta, explorando la naturaleza inescrutable de los cabellos recién lavados, y al verla así, tan abstraída, da la impresión que está pensando en porqué se me cae el cabello si me estoy lavando con el   shampoo que me recomendaron. ¿Se me seguirá cayendo? ¡Mierda! Y cuando pensó esto último tiró al suelo el conglomerado de cabello al suelo, y siguió pasando el peine y contando los cabellos perdidos, con diez segundos de tristeza cada vez. Todo esto gracias a la ventana.
Cuando termina con los veinte minutos de rabia y cólera y tristeza se coloca una especie de boina hasta las orejas, con los cabellos sueltos hacia afuera y se ve tan hermosa por cinco minutos que yo me siento, luego, estúpido por media hora  al recordarle. Digo que se ve hermosa por cinco minutos porque después se lava los dientes en tres,  toma sus cosas y se va en menos de uno.

Entonces se puede llegar a la conclusión, en mi caso tomando un café, que la soledad es no ocupar el tiempo con nada y también que necesito destruir esta ventana. (Sí, ya sé, ya sé, estoy loco).

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