Para Emily si es posible.
Sí, ya sé, ya sé que tengo que contarles una
historia. Bien, en ese caso tenga usted en cuenta que no estoy en arreglos con
el tiempo para hacerle perder unos minutos. Ahora siéntese si no está sentado y
escuche.
Todas las mañanas me siento a la mesa y veo el
tiempo en el pan. El hombre que lo hizo debe haber invertido tiempo en amasar
la harina y su ayudante invirtió otro tanto en calentar el horno y en promedio,
para la realización de unos cien panes, se necesitó, digamos, unos treinta
minutos. Entonces, aceptemos la verdad,
no solo nos estamos comiendo harina, levadura, agua, mantequilla, sal, azúcar,
sino también estamos devorando tiempo. El tiempo de un pobre panadero.
Después de haber comido el tiempo del pan, me acerco
a la ventana que da a la casa de mi vecina y la veo dar de comer a su perro de
tres años, a las gallinas desplumadas de un año y medio, a los patos de cierta
relatividad con la edad del perro; conejos de tres meses, al gato, que, por sus
siete vidas, se hace imprecisable su edad pero que aproximaré con la sospecha
de cinco años; y por último a los pericos y gansos, seres plumíferos que por el
cambiar de sus plumaje se puede acertar cada uno de sus cumpleaños (mi vecina
suele recordarlos).
Sigamos este
breve repaso (posible por la transparencia de esta ventana): la sonrisa, a mi
vecina, le dura dos minutos frente al perro y treinta segundos frente a
losanimales restantes –depende esto de su estado de ánimo. Esta demás decir que
si pierdo el tiempo de esta forma es en pos de conocer como pierden el tiempo
los demás. Aunque la tarea de alimentar a los animales sea con un fin comestible,
y con esto no quiero decir que se vayan a comer al perro o al gato –menos aun a
los pericos–, sino que no siempre el
tiempo invertido es injustificado. Sin embargo, en el caso de mi vecina, sí lo
es. Se demora bastante con los animales, y para empeorar las cosas, se pone a
jugar con el perro.Le da aproximadamente diez minutos de paciencia, dos de
rechazo, cinco de patadas cuando intenta morder al señor que pasa en
motocicleta, etc. Pero allí no termina la cosa. Antes de irse a trabajar se
demora en bañarse veinte minutos; cuando se está secando el cabello de pronto
se queda muy quieta porque ha escuchado por la radio, algo que le interesa y no
sigue secando el cabello y no aprovecha el tiempo. Cuando vuelve en sí, por la
puerta de su habitación, la veo cambiarse–también la he visto desnuda, pero
ese estado no es placenteramente duradero–,
después considero cada una de las piezas de la ropa que se pone, ya que detrás
de cada una de ellas existe una historia y toda historia tiene su razón de ser
en un tiempo determinado.
Cuando está totalmente cambiada se mira al espejo de
perfil, se registra la cara para cerciorarse si alguna mancha puede perjudicar
en algo su presencia. Luego amansa los pliegues de la blusa, los del jean y se
vuelve a mirar desde los dos perfiles, de espaldas, y por fin busca el peine y
acomete su cabello.
Verla es muy desesperante. Toma su cabello tramo por
tramo y empieza a pasar delicadamente el peine. Una vez ha terminado un
recorrido, se fija en los dientes de la peineta y empieza, al parecer, a contar
todos los cabellos tristemente arrancados. Entonces se queda nuevamente quieta,
explorando la naturaleza inescrutable de los cabellos recién lavados, y al
verla así, tan abstraída, da la impresión que está pensando en porqué se me cae
el cabello si me estoy lavando con el shampoo que me recomendaron. ¿Se me
seguirá cayendo? ¡Mierda! Y cuando pensó esto último tiró al suelo el
conglomerado de cabello al suelo, y siguió pasando el peine y contando los
cabellos perdidos, con diez segundos de tristeza cada vez. Todo esto gracias a
la ventana.
Cuando termina con los veinte minutos de rabia y
cólera y tristeza se coloca una especie de boina hasta las orejas, con los
cabellos sueltos hacia afuera y se ve tan hermosa por cinco minutos que yo me
siento, luego, estúpido por media hora al recordarle. Digo que se ve hermosa por
cinco minutos porque después se lava los dientes en tres, toma sus cosas y se va en menos de uno.
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