Un domingo, caminando hacia una discoteca que está
abierta toda la noche, ella me pregunta sobre un tema prohibido: el libro que estoy
leyendo. Los libros que me dejan siempre pueden esperar, excepto las
colecciones de cuentos. Ahora faltan solamente quince días para que las
vacaciones lleguen, quiero que los cursos se vayan y me dejen de nuevo solo con
una ruma interminable de libros de cuentos. Solo y absuelto de horarios.
Dentro
del lugar nos embriagamos con una botella de pisco y abrimos nuestras almas en
el camino. Veo a esa mujer, casi niña, que muchas veces me hizo decir si cuando quise decir no. La escucho. Me confiesa que le
encantaría quedar embarazada. Le pregunto por qué. Sé que no seré el padre,
aunque participe del evento carnal previo. Ella no dice nada, pero ambos
entendemos que nuestra relación ha llegado al límite. Recurro a mi memoria y le
relato un cuento del libro que estoy leyendo.
Le digo
que es una colección de cuentos. Cuentos que se desarrollan en nuestra ciudad,
de personas como nosotros con grandes problemas y pequeñas aspiraciones. Ríe.
— ¿Hay
alguno que hable sobre embarazos?
Respondo
que si, y le narro—con baches en mi memoria provocados por el alcohol— sobre la
pareja de esposos de “Morada”.
Paso la
noche sin sueños y al día siguiente; después de lanzar el móvil por la ventana,
de quejarme por el sol que se cuela por la ventana, y luego de darme un baño
interminable para curar la resaca de la noche anterior, me siento delante del
ordenador y decido analizar el cuento de Dino
Jurado.
Escrito por Hideki
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