viernes, 11 de mayo de 2012

APROXIMACIÓN.



Quería seguir de frente pero no podía. Me quedé parado en medio de aquellos cuadros, balanceando la cabeza a intervalos. Soy un tipo duro y extraño, mis movimientos no eran de los mejores y hasta podría decir que aquello causaba risa en mis amigos. Pero no podía dejar de ver. Aquél cuadro me atrapó.
            La inscripción al lado del cuadro decía “Mar de Lurín”, no podía dejar de observar, mis amigos siguieron de largo pero al rato volvieron a mí. Hacía el cuadro. Eso es lo primero que recuerdo.
            Lo segundo. El tótem negro, simulando ser un pájaro por encima del mar y el mar precisamente fue lo que más me atrajo, con su presencia opacada por el tótem negro; sin embargo lo noté y me abstraje por mucho tiempo pensando en el significado de esos brochazos geniales. “El pájaro negro quizá represente al dios Pachacámac”. “Quizá solo sea un dios del viento representado por Szyszlo en la forma de un pájaro negro que surca el cielo de un mar esplendido” decía la chica del costado. “Esplendido ritual”, le escuche decir a otro, ¿ritual? No supe que decir y solo me quedé parado, observando y pensando.
            Pensando una y otra vez en el pájaro negro de las aguas del mar de Lurín. Camine por la sala, me topé con varios cuadros más; pero ninguno me impresionó tanto, ni me hizo sentir como un habitante del Perú antiguo. Uno que observa atónito el mar por primera vez y asocia las nubes a su dios tutelar; Pachacámac. En el segundo cuadro hecho con la misma técnica —Agua fuerte, Agua tinta— se vislumbra otro “Mar de Lurín” ésta vez con un tótem de colores más claros (rojizo, plomizo, etc.) que contrastan notablemente con el cuadro anterior de la misma serie y luego el color del mar, más claro, con líneas que simulan las figuras de cerámicas encontradas en el centro religioso de Pachacámac. Di unos pasos al frente me apegué más al cuadro y sentí el olor de la pintura. La recepcionista me advirtió que no me acerque tanto y dijo solemnemente: “fotos no”. La observé y me encaminé hacía la sala siguiente. Pero aún pensando en los dos cuadros del “Mar de Lurín”.
            En la sala siguiente luego de alejarnos de la “recepcionista” nos dispersamos. Ellos se encaramaron en los cuadros de “Homenaje a Vallejo” y luego quedé varado; no parado, varado frente a “Duino”. Me asustó esa figura antropomorfa de colores rojizos. Siento aún que ha sido sacada de una pesadilla, una que no se  puede olvidar fácilmente. Sin embargo; la observé con determinación, dispuesto a encontrarle algún punto de referencia, entenderla al menos en algo. Permanecí parado, observando y repasando una y otra vez con la vista los trazos del pintor, contrastando los colores de “Duino” con la serie “La habitación cerrada”, pensando en mis pesadillas de niño; pero creyendo—cómo adulto—que esos seres extraños (antropomorfos, sin cabeza visible) son o podrían ser habitantes de un mundo mágico. No podía dejar de mirar las formas tan libres y caprichosas que habían tomado los brochazos de Szyszlo, “el lirismo del color, el efecto de la textura, el manejo de la luz, y una mezcla de técnicas y materiales” (como el uso de placas de metal). No podía…
            Lo último que recuerdo fue la aparición de la recepcionista. Ésta vez con la misma advertencia (con tono de orden) de no acercarse tanto. La miré y sonreí un poco. Salí de la sala y aunque no quería… me marché. No sin antes darle una mirada más al “Mar de Lurín” de Fernando de Szyszlo.
            Permanecí dentro, observando el mar y un dios surcando los cielos, sintiendo en los pies la arena blanca y lozana de la playa, y el calor en el sudor de las manos. El escozor del sol en el torso desnudo me invitaba a refugiarme en la sombra; pero no había más que la playa, el pájaro negro y el mar verdusco, inmenso…

Autor: Hideki.

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