Quería
seguir de frente pero no podía. Me quedé parado en medio de aquellos cuadros,
balanceando la cabeza a intervalos. Soy un tipo duro y extraño, mis movimientos
no eran de los mejores y hasta podría decir que aquello causaba risa en mis
amigos. Pero no podía dejar de ver. Aquél cuadro me atrapó.
La inscripción al lado del cuadro
decía “Mar de Lurín”, no podía dejar de observar, mis amigos siguieron de largo
pero al rato volvieron a mí. Hacía el cuadro. Eso es lo primero que recuerdo.
Lo segundo. El tótem negro,
simulando ser un pájaro por encima del mar y el mar precisamente fue lo que más
me atrajo, con su presencia opacada por el tótem negro; sin embargo lo noté y
me abstraje por mucho tiempo pensando en el significado de esos brochazos
geniales. “El pájaro negro quizá represente al dios Pachacámac”. “Quizá solo
sea un dios del viento representado por Szyszlo en la forma de un pájaro negro
que surca el cielo de un mar esplendido” decía la chica del costado. “Esplendido
ritual”, le escuche decir a otro, ¿ritual? No supe que decir y solo me quedé
parado, observando y pensando.
Pensando una y otra vez en el pájaro
negro de las aguas del mar de Lurín. Camine por la sala, me topé con varios
cuadros más; pero ninguno me impresionó tanto, ni me hizo sentir como un
habitante del Perú antiguo. Uno que observa atónito el mar por primera vez y
asocia las nubes a su dios tutelar; Pachacámac. En el segundo cuadro hecho con
la misma técnica —Agua fuerte, Agua tinta— se vislumbra otro “Mar de Lurín”
ésta vez con un tótem de colores más claros (rojizo, plomizo, etc.) que
contrastan notablemente con el cuadro anterior de la misma serie y luego el
color del mar, más claro, con líneas que simulan las figuras de cerámicas
encontradas en el centro religioso de Pachacámac. Di unos pasos al frente me
apegué más al cuadro y sentí el olor de la pintura. La recepcionista me
advirtió que no me acerque tanto y dijo solemnemente: “fotos no”. La observé y
me encaminé hacía la sala siguiente. Pero aún pensando en los dos cuadros del
“Mar de Lurín”.
En la sala siguiente luego de
alejarnos de la “recepcionista” nos dispersamos. Ellos se encaramaron en los
cuadros de “Homenaje a Vallejo” y luego quedé varado; no parado, varado frente
a “Duino”. Me asustó esa figura antropomorfa de colores rojizos. Siento aún que
ha sido sacada de una pesadilla, una que no se puede olvidar fácilmente. Sin embargo; la
observé con determinación, dispuesto a encontrarle algún punto de referencia,
entenderla al menos en algo. Permanecí parado, observando y repasando una y
otra vez con la vista los trazos del pintor, contrastando los colores de
“Duino” con la serie “La habitación cerrada”, pensando en mis pesadillas de
niño; pero creyendo—cómo adulto—que esos seres extraños (antropomorfos, sin
cabeza visible) son o podrían ser habitantes de un mundo mágico. No podía dejar
de mirar las formas tan libres y caprichosas que habían tomado los brochazos de
Szyszlo, “el lirismo del color, el efecto de la textura, el manejo de la luz, y
una mezcla de técnicas y materiales” (como el uso de placas de metal). No
podía…
Lo último que recuerdo fue la
aparición de la recepcionista. Ésta vez con la misma advertencia (con tono de
orden) de no acercarse tanto. La miré y sonreí un poco. Salí de la sala y
aunque no quería… me marché. No sin antes darle una mirada más al “Mar de
Lurín” de Fernando de Szyszlo.
Permanecí dentro, observando el mar
y un dios surcando los cielos, sintiendo en los pies la arena blanca y lozana
de la playa, y el calor en el sudor de las manos. El escozor del sol en el
torso desnudo me invitaba a refugiarme en la sombra; pero no había más que la
playa, el pájaro negro y el mar verdusco, inmenso…
Autor: Hideki.
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