martes, 13 de noviembre de 2012

Compañía solitaria

Pasa algo muy curioso cada vez que visito una exposición. Es que nunca lo hago solo. Por lo general estoy acompañado por una o dos personas. Así que para asistir a la exposición fotográfica de los Hermanos Vargas, tuve que invitar a alguien, tal vez para no sentirme como un loco al escudriñar cada fotografía al detalle o quizá sólo tenía miedo de confirmar mi fobia a la soledad.
El caso es que cuando llegamos a la exposición, nos dimos con la sorpresa de que estaba cerrada, mal inicio. Ella prefirió las comidas y el concierto de un grupo del cual no quiero recordar ni medio acorde. La dejé almorzando. Voy a caminar, le dije. Se quedó callada y sonrió. Fui hasta el fondo, a mi costado derecho fotos a color. Paisajes variopintos de la ciudad y platos de comida enmarcados por la vista de acuciosos visitantes. Al lado izquierdo, fotografías en color negro. Una Arequipa distinta fluía ante mis ojos.
Allí estaba, no toda la exposición, pero parte de ella. Acostumbrado al bullicio, no me desanimé por toda la clase de comentarios vertidos a mí alrededor. Fue interesante ver que el distrito donde ahora vivo—Miraflores—, en las fotografías no exista o sólo se vea de él, una gran pampa desértica. Vi en otro cuadro, la vieja calle Mercaderes, con los ya típicos adoquines de piedra. Los viejos comercios donde transcurría el devenir de la ciudad, me hicieron preguntarme ¿qué buscarían los habitantes de ese tiempo? De seguro no “la vida exótica y exagerada” que vivimos hoy, pensé. Creo que compraban las cosas necesarias, sin aspavientos. Un arado, semillas, ropa para la iglesia, el campo y la casa. Los niños de seguro rogaban por los caramelos enlatados.
Un lugar idílico sin duda, sin embargo, el contraste fue tremendo cuando observé a los niños de la escuela fiscal. Una madera sobrepuesta sobre dos sillares erguidos, al costado una “carpeta” hecha del mismo material y unos niños harapientos haciendo uso de estas. Pero a mis congéneres poco les importó, pasaron de largo, como si aquella imagen no formara parte de la exposición. Sólo se atrevieron a comentar lo menos perjudicial de los cuadros como la torre destruida—en el terremoto de 1958—de la catedral de Arequipa. En todo caso, su vista cambió hacía el lado derecho de la exposición donde las imágenes a todo color muestran una ciudad “moderna” hecha de sillar.
La exposición termina cerca del callejón de aguas. Me detuve un momento. En la esquina contraria se erguía una fila larga de puestos de comida. Me pareció imposible seguir viviendo esa tarde. Por primera vez, quise estar solo. No tenía hambre…
¿Estaría muy triste?, ¿le cayó mal el almuerzo? Quizá se aburrió. El hecho es que cuando fui a buscarla, me encontré solo. La música había desaparecido, pero los bebedores y los puestos de comida seguían con el bullicio. Salí del lugar a buscar en las antiguas callejas empedradas de la urbe un resquicio químico de la ciudad de los Hermanos Vargas. 

Autor: Carlos Rodríguez Taco.
Arequipa, Septiembre del 2012.

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