Escribir de un buen libro,
es como recordar una canción excepcional, de esas que marcan una época en tu
vida y que arrastras hasta que por trajín del tiempo, la olvidas. El olvido o
su ejercicio: el olvidar, es una excursión situada en momentos y circunstancias
determinadas por las causas y el azar. No todo se extravía en las arenas borrosas
del tiempo, ni todo se recuerda tan nítidamente como en las fotografías. De ahí
quizá, devenga el hecho de que relacionemos libros, sentimientos y personas con
algo tan cotidiano como una canción, un objeto, o un olor.
Pienso en el titulo de una novela: La muchacha de las bragas de oro de Juan Marsé y al instante recuerdo
una canción de Silvio Rodríguez: Causas y
azares. Es una relación extraña; sin embargo los encuentros entre la novela
y la letra de la trova son parecidas. Marsé nos relata la historia de un
escritor (Luys Forest) sumido en la abulia de tener que reescribir su propia
vida y llenarla de episodios ficticios. Éstos configuran las causas, esas que
el trovador cubano supo explicar bien en un par de líneas: Y las causas lo fueron cercando/cotidianas, invisibles. Las causas
lo absorben y lo enredan en lo cotidiano. Lo confunden, porque a pesar de la
intrusión de su sobrina, él ve relegado al tiempo en su estancia, (su casa de
playa) donde parece haberse detenido para tornarse invisible. Estas causas
pasan a ser elementos subyugados por el azar, y por la correlativa mezcla de
realidad e irrealidad que despliega Luys Forest y que lo llevaran a un trágico
e irreversible final; pues las causas lo
andan cercando, cotidianas, invisibles. / Y el azar se le viene enredando/ poderoso,
invencible. Es un hecho cotidiano el que relaciona ambos discursos y que
aturde la memoria, al extremo de confundir a nuestro personaje. Él es un ser, —como
muchos—victima de las causas y el azar.
Paint it, black (Rolling Stones) me
recuerda a Mariana el otro personaje desarrollado por Marsé en la novela. Fuerte
en los momentos donde expresa sus sentimientos encontrados, como cuando
recrimina a su tío por haber echado de casa a su novia; y sin embargo débil al
mostrar rechazo hacia el mundo que la rodea, sumisa al revelarse contra éste porque
es desterrada de su casa en Ibiza, y resulta una paria. Veo a la gente volteando y enseguida olvidando/Como un niño que nace,
es algo que pasa a diario. A pesar de su sensualidad, parece por momentos
una persona sombría y solitaria, Miro
dentro de mí y mi corazón es negro/ Veo mi puerta roja, debo pintarla de negro
/ Quizás así me desvaneceré y no tendré que afrontar los hechos/ como si el
mundo entero estuviera fuera de su rango, y sus únicos contactos con él fueran
sus ocasionales novias o novios. Su relación carnal con éstos la enviste de
nuevos ánimos para realizar una biografía a “fondo” de su—ella no lo sabe—
propio padre. Mariela es un constructo interesante como personaje; atractiva,
sensual, nos atrapa más por su ansia incestuosa que por su bisexualidad
abierta. Sin embargo impresiona por su afán disciplinado en el periodismo, del
que prueba ser una representante tenaz y obstinada, que llegará a develar y
confundir los secretos de tío Luys.
Como en toda lucha con la memoria, terminamos por
confundir los roles y nos adentramos en la construcción de los personajes, que,
en el constructo mismo de la novela. Relacionamos todo con algo perceptible,
propio del día a día, como es una buena canción de rock o una construcción
sublime de trova. Porque como los
personajes de La muchacha de las bragas
de oro, somos seres sumisos y nos ensimismamos en nosotros mismos para
escapar del mundo que nos rodea, o luchamos contra él desde nuestra posición,
con palabras o actos, sin embargo al final de todo, terminamos siendo
subyugados por las invisibles causas cotidianas del azar; esas que nos hacen
olvidar.
Cuando acabe este
verso que canto / yo no sé —yo no sé, madre mía— / si me espera la paz o el
espanto, / si el ahora o si el todavía. /Pues las causas me andan cercando, cotidianas, invisibles. / Y el azar se me viene enredando / poderoso, invencible.
Escrito por Hideki.
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