miércoles, 5 de diciembre de 2012

Sorpresas bajo el sol


Aquella tarde había caído la primera lluvia de la temporada, y las polvorientas callejas empedradas de la urbe se encendieron con el color de un negro intenso. Los arboles remojaban sus hojas en aquel vaivén limpio, casi invisible. Un transeúnte quedaba suspendido en medio de aquel espectáculo, recibiendo la lluvia de frente como si la esperara todo el año. Javier por su parte tomó un rumbo diferente, se acurrucó en un minimarket, esperando por el fin de esa intempestiva llovizna. Ya dentro pidió un cigarrillo y unas galletas para calmar el hambre y el frío. Sintió la necesidad de entablar conversación con alguien, pero era el único tipo—descontando al vendedor—dentro de aquel local. Encendió su pitillo, y luego de un momento fue invitado a dejar el lugar.
            —No se puede fumar aquí. Espetó el tipo de boina y chándal azul.
            Javier sonrió, aun no termina de llover, dijo. Sin embargo entendió que a pesar de que nadie se encontraba en el lugar, tendría que irse. Observó que la lluvia se acrecentaba. Intentó no pensar en ello y alargó su caminata en busca de otro lugar donde cubrirse. Vio un automóvil detenerse mientras un bus aceleraba a gran velocidad por encima de charcos formados por la acumulación de algún desagüe colapsado. No se impresionó, era algo habitual en su ciudad, que en el estío—cosa extraña— se inundara no precisamente por los aguaceros, sino por las tuberías rotas que despedían agua pestilente.
            Recordó el invierno, cuando el sol se colaba por las rendijas de la cortina para desperezarlo mientras veía agujeros en el cielo por donde quería colarse algún rayo solar. Este era muy débil, aunque atizaba sus esperanzas de que el orvallo termine. Pero el cielo acometió con nubes negras y borró toda sensación de calor en el ambiente.  Javier no se apeó a ningún rescoldo y recibió la lluvia de frente. Miraba al cielo… Su cigarrillo estaba prácticamente acabado, las galletas restantes las escondió en su chaqueta.
            Aquella tarde se tornaba muy larga no por las cosas que él tenía que hacer sino por los pensamientos que lo atravesaban. Javier se puso a tararear una melodía. Cogió un paquete a medio envolver, sacó una galleta y la disfrazo en su boca de un bocado exquisito. Javier agachó la vista hacia la peana por el frío que sentía en las piernas por sus jerséis mojados. Encogió sus manos en los bolsillos de la campera; pero antes miró su reloj. Levantó su cabeza y calló.
Eran las tres.
            Hace media hora que ella debería estar allí, ¿no Javier? Anda, deja de esperarla, se decía en sus adentros. Todo era inútil, esperaba que como el gato bajo la lluvia de Hemingway, alguien lo rescatara.
            Esperar, esperar, esperar… Se repitió insulsamente mientras los adoquines de piedra de la avenida parecían ser avasallados por riachuelos insaciables. Miró a los costados y entendió que también ahora estaba solo, a excepción de los pocos vehículos que refrenaban en los charquitos o a veces aceleraban haciendo estallar en el parabrisas de otro aquella fetidez. Esperar, esperar, esperar…
            ¿También te agrada la lluvia?
            — Esperar. Dijo rápidamente. Fue una reacción cómica la que tuvo ella. Sonrió desvergonzadamente como si conociera de años a Javier. Él por su parte, no entendía el asunto.
            —Espero todos los años por la primera lluvia Javi. Ya deberías saberlo. Pero pensé que estas cosas no te agradaban. Siempre me tildas de rara y extravagante… ahora tú eres el raro. Anda, di algo.         
            —Me parece que está aclarando —dijo. Se quedó quieto, esperando… Con los primeros rayos del sol sobre la taciturna transeúnte. La calle empezó a tener movimiento. Las bocinas de los vehículos se hacían más frecuentes.
            Javier no cabía en su sorpresa.




Escrito por Hideki.
Arequipa, Diciembre del 2012. 

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