jueves, 8 de agosto de 2013

Días de feria

Autor: Carlos Rodríguez Taco.
            Estoy sentado en el patio con Javier y junto con un tipo al que no conocemos. Él tiene la mirada pegada en el letrero de estruendo-mudo, parece escucharnos con atención. Javier es un hombre de pocas palabras, desconfiado, flaco, con el rostro surcado de profundas arrugas. Lleva un casacón negro con coderas de cuero que tiene un interminable cierre. Cuando lo usa, resuena más fuerte que su voz. Él es profesor de educación básica, en un colegio estatal. Yo soy, es decir era, un estudiante de historia. Estamos esperando a su novia.
¿Qué le pareció la calateada de la brasileña? ¿Un bombón no cree?
            Javier mira serio. Me río junto con el joven del costado, pero él sigue serio. Su personalidad es fuerte, calmada. Los letreros empiezan a encenderse. Desde el lugar dónde estoy veo un grupo de personas con libros en la manos seguir atropelladamente a una sola persona.
Firuletes, dice Javier.
Él es…
Sí, pero no tengo ganas de seguirlo.  
            Estoy parado, mirando hacía los costados. Me arden los ojos y no hay medio de desconectar las malditas luces. Nadie las apagaría si lo pidiera. El hombre se aleja al ver que no tenemos intención de bromear. Se acerca a trabar conversación con un grupo de jovencitas en un stand. Las aborda con un tono de sabelotodo. Es un libro muy bonito, aborda los problemas existenciales de una manera muy humana, y el mensaje que deja es tremendo. Javier se ríe, y río con él de una manera abierta y sin tapujos. No tiene caso seguir esperando. Probamos suerte en la sección de ofertas de estruendo-mudo. Los precios son elevadísimos, pero tienen buenos títulos. Me encariño con la tapa de un libro de Paúl Auster, veo en el dorso el precio y me desanimo. Javier compra el libro y piensa en prestarlo cuando termine de leerlo. Camino de manera resuelta en busca de nuevos hallazgos y mejores precios, me topo con un libro de fotografías de la casa de Neruda. Javier lo compra y me deja ojearlo mientras camina.
            Me siento en el paraíso, cada libro que ojeo y por el cual muestro cierto interés, Javier termina comprándolo. Quiero retribuirle con algo, pero no tengo nada de importancia. Diablos y justo ahora tengo los bolsillos casi vacios. Tengo que pensar en algo, o conseguir algo para él. Quizá si le hablo sobre historia, que la historia es algo que nunca ocurrió, escrito por alguien que no estaba ahí. ¡Ah! Seguro no dirá nada.
            ¡Es ella!
            No, no es…
            Pero si es ella, está conversando con un amigo o eso quiero que crea Javier. No me escuchó. Habló unos diez minutos, más de lo que habíamos hablado antes. Comprendí un par de cosas. Luego Javier se marchó y me dejó en medio de las luces. Esas ideas insensibilizan mi cuerpo, como si yo no existiera. No siento dolor ni tristeza, mucho menos soy feliz. Tengo la sensación de que ya no tuviera un cuerpo y que me faltará una noción solida de lo que soy y de lo que represento. Es como si estuviera perdiendo la materia y me quedará sólo el espíritu y la mente. Veo las letras de los libros, las entiendo, trato de deletrearlas. No tengo voz, eso parece imposible…


Arequipa, Octubre de 2012.

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